I nostri giorni: festejar el trabajo artesanal

Alejandra Portela
Leedor
Published in
5 min readApr 25, 2022

--

En tiempos de las grandes corporaciones internacionales que quitan identidad a las economías primarias, o del crecimiento del dinero digital, los bancos digitales y el trabajo virtual, este documental realizado por la argentina Gisela Peláez celebra el trabajo artesanal.

Esas economias sin cara las vuelve en economías cooperativas donde abunda el proceso físico del hombre o la mujer frente a la máquina (la fabrica de zapatos, el taller de cerámica) o frente al material (el tallador de madera o el carnicero) o en la naturaleza (el viñedo o la huerta orgánica); la inventiva y la creatividad (la Casa-Museo en Matera) o la vida cotidiana (la peluquera napolitana).

Hay un fino hilo que une estos esfuerzos y es el trabajo como el hecho articulador de las vidas que los atraviesa y la ritualidad del producto realizado. Una tecnología básica que está directamente ligada al territorio que la produce: Matera, Colliano, Venecia, Nápoles, Basilicata o Sicilia. Cada una con sus peculiaridades, sus tradiciones y sus tensiones (los migrantes africanos o la fábrica de autopartes que trabaja como cooperativa y es reclamada por sus antiguos dueños)

El documental está filmado integramente en Italia y notablemente, Peláez no condiciona esos oficios y territorios con aquella vieja division entre el Norte (rico) y el Sur (pobre) sino que, al contrario, une esas regiones a través de los proyectos que presenta, amorosa y detalladamente. El recurso del mosaico de esas historias-situaciones-trabajos, los basa Peláez en un montaje fluido (Luciano Sosa, Gisela Peláez) y la precision de las imágenes y la fotografía que ella misma hace.

I nostri giorni se estrena este jueves en el Gaumont, esto conversamos con Gisela:

Alejandra Portela: Hola Gisela, gracias por tu película, me gustó mucho. Lo primero que te queria decir es que me llamó la atención el hecho de que hayas filmado estas situaciones fuera de la Argentina. En todo caso ¿por qué Italia, cuál fue la motivación y por qué te parece que al público argentino le puede interesar?

Gisela Peláez: Creo que hacer una película es una forma de conocer, que puede ser muy rigurosa o completamente caótica, pero es una experiencia transformadora para quien la hace y en el mejor de los casos para quienes luego la ven. El vínculo con Italia es muy sencillo, mi madre es italiana y crecí con la idea abstracta de que ese lugar era también mío, aunque quedara lejos en el espacio y en el tiempo. La ruptura que significa para cualquier familia la migración a otro país es una herida que también se hereda, aún con el paso del tiempo y las generaciones. Con esta película, a nivel personal, quise reparar la nostalgia de mi familia, recuperar el vínculo con la Italia de hoy; y eso creo que lo logré. Pero el tema en la película es el trabajo, no mi búsqueda personal de modo explícito.

Lo que creo que puede interesar más al público argentino, y a cualquier público, es la mirada puesta sobre el esfuerzo, la concentración, la voluntad necesarias para llegar al final de un día de trabajo, y también el coraje, la creatividad y la sensibilidad para la realización de muchas tareas productivas. El recorte no es tanto de lugar como de condición social, “I nostri giorni” cuenta los días de quienes trabajan para vivir, nuestros días. Mi intención fue plasmar en el relato la mirada de quien desea capturar un mundo familiar y a la vez desconocido.

AP: Sobre la universalidad del trabajo artesanal y la resistencia frente al modelo de producción industrial, viste en Italia algo que sea diferente a lo que pasa en nuestro país?

GP: El mayor contraste con Argentina, en mi opinión, tiene que ver con la fuerza del federalismo y las economías regionales en Italia, y esto se relaciona también con la escala a la que llegan las grandes industrias. El universo intermedio de pequeños y medianos productores, de negocios familiares o unipersonales, es inmenso. Por supuesto tienen sus grandes empresas, pero hay un contrapeso importante, sobre todo en la producción de alimentos. Italia tiene una superficie casi 10 veces menor que Argentina, su población es considerablemente mayor pero está mucho más repartida en el territorio. No existen las enormes concentraciones de tierra que sufrimos en Argentina y que dan origen a monopolios poderosísimos, la propiedad de la tierra es de escala familiar. Eso marca una diferencia fundamental no solo a nivel económico sino en el modo en que se vinculan con el territorio y sus productos. Aunque esa tendencia va en baja y hoy muchas de las personas que trabajan en el campo son inmigrantes, y muchos jóvenes se trasladan a las ciudades para estudiar o trabajar, pero aun así, la diferencia sigue siendo notable.

AP: Hiciste un paneo muy geográfico desde el norte al sur de Italia, ¿cómo pensaste ese recorrido? ¿Y cómo te contactaste con cada uno de estos proyectos?

GP: Fue todo un poco fortuito. El primer viaje lo hice en 2017 en el contexto de un festival itinerante que tiene un recorrido propio. Cada semana nos hospedábamos en una localidad diferente y teníamos 5 o 6 días para producir un cortometraje. Fui con la idea de hacer una serie de piezas bajo un mismo tema que pudieran luego articularse. El primer hallazgo fue la fábrica de zapatos. Conversando con un niño en un mirador de un pueblo, me señala en medio del campo la fábrica de zapatos de su compañerito de clase. Vi la oportunidad y por suerte la madre me facilitó el contacto. Al otro día a las 6 de la mañana me pasó a buscar el dueño en persona, un señor de unos 70 años que me dejó deambular en la fábrica durante un día entero. Ese primer registro fue como un trance. Los demás fueron apareciendo en la búsqueda de complementar o contrastar, hasta armar algo que sugiere una totalidad, aunque obviamente esté muy lejos de representar toda la complejidad de la producción material en Italia.

AP: ¿Hay alguna historia de todas las que contás que te haya impactado más?

GP: Con Giuseppe de Donatis, un tallador, un artista de la madera que tuve la oportunidad de registrar en toda la fase final de una de sus obras, el vínculo fue extraordinario. Aún con la distancia cultural y generacional, Giuseppe tiene hoy 86 años, nos conectamos muy profundamente. Él trabajaba en su obra, con sus formones y sus gubias, y yo trabajaba en la mía, registrándolo prácticamente sin hablar, sin dar indicaciones, creando una especie de danza silenciosa siguiendo sus movimientos, capturando su mirada, su tenacidad. Esa fue una experiencia inolvidable.

AP ¿Cómo trabajaste el montaje de la película?

GP: El montaje también tuvo sus etapas, primeramente trabajé sola. Si bien no hago “montaje en cámara” la forma en que encuadro y fragmento el espacio en rodaje, dicta de alguna manera un primer montaje, especialmente a nivel de las escenas. Luego cuando reuní todas las historias que creí necesarias (hice un segundo viaje por mi cuenta en 2018) le propuse a Luciano Sosa, un amigo y gran montajista, que me ayudara sobre todo en la estructura. Con Lucho logramos crear un tejido que articula todas las historias como miniaturas que en algunos casos desarrollan conflictos y tensiones, parte indisoluble de la vida de les trabajadores, hasta la breve tregua que da el final del día.

--

--

Alejandra Portela
Leedor

Licenciada en Artes de la Universidad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Artes de UMSA. Directora de Leedor.com. Forma parte de Fundacion Cineteca Vida.